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Homilia - P.Olidio Panigo

Nos encontramos con el último milagro que Jesús realiza antes de entrar en la hora de su pasión. Y parece que a Jesús le siguen gustando las cosas difíciles, o hacerlas más difíciles de lo que pudieran ser…

¿Por qué decimos esto?

Le avisan a Jesús que su amigo Lázaro está enfermo y, en lugar de ir enseguida para curarlo, se queda dos días más. Él debía suponer que si lo habían llamado era porque la enfermedad revestía cierta gravedad, sin embargo parece como despreocupado.

¿Por qué actúa de esta manera?

Ante todo para que se manifieste la gloria de Dios, para que quede claro hasta dónde llega el poder de Dios presente en Jesús. Él ya había curado enfermos (la semana pasada lo vimos con el ciego de nacimiento), pero en el Evangelio de Juan todavía no había resucitado muertos. Otros podían curar enfermos, y frente a una curación podían quedar dudas si realmente se había dado un milagro. Pero, resucitar muertos sólo se puede hacer con el poder de Dios. Además, no es un muerto cualquiera, ¡es un muerto que está bien muerto!, ya llevaba cuatro días, olía mal, no quedaban dudas de su muerte.

Además, el domingo pasado decíamos que el ciego no tenía esperanzas de ver. Lo mismo se da en la situación de Lázaro. Cuando un ser querido muere, en los primeros momentos nos preguntamos si realmente está muerto. ¿No estará dormido? ¿No volverá a la vida? Pero, después de cuatro días de muerto…, ya no hay esperanzas. Así estaban los familiares y amigos de Lázaro: sin esperanza.

En estas circunstancias en las que el hombre experimenta su impotencia total, que no deja lugar a ninguna esperanza, todavía queda el poder de Dios guiado por su amor.

Jesús no sólo manifiesta su poder sino también su amor. Por eso, se conmueve y llora frente a la muerte de su amigo, y lo hace de tal manera que quienes lo ven quedan admirados y dicen: ¡Cómo lo amaba!

Frente a este llanto podemos preguntarnos también por qué llora Jesús. Porque lo amaba, sin dudas. Pero sus lágrimas resultan extrañas si pensamos que Jesús lo iba a resucitar. ¿Para qué llorar si ya tenía la solución? Sin dudas que sus lágrimas, tan reales y sentidas como las de un amigo, también tienen un valor simbólico.

Jesús llora por todas las miserias humanas, por esas miserias que nos duelen a diario, que nos matan la alegría, sobre todo por esa miseria de la condición humana que encuentra en la muerte la manifestación suprema de la pobreza humana. Pobreza de la cual sólo Dios puede sacarnos, porque es Dios y porque nos ama.

Es iluminador tener en cuenta que Lázaro era de Betania, un pueblo cercano a Jerusalén. Betania quiere decir en hebreo: “casa del pobre”, o también: “casa de la aflicción”. Podemos decir que así como Jesús fue a Betania, la “casa del pobre” o “casa de la aflicción” para salvar a Lázaro de la muerte, a sus familiares y amigos de la tristeza, así Jesús sigue visitando el mundo que es como una gran Betania, una gran casa de la pobreza de la existencia humana, de la aflicción frente a las miserias humanas. Frente a ese mundo Jesús sigue compadeciéndose, sigue llorando porque ama al hombre y no quiere que el hombre se quede con la muerte sino que viva, no quiere que el hombre se quede encerrado en este mundo como en un sepulcro sin esperanza sino que pueda confiar y esperar en el amor de Dios.

Jesús siente todo esto porque Lázaro era su amigo, porque lo amaba. Luego, en este mismo Evangelio de Juan, Jesús dirá a sus discípulos: ustedes son mis amigos porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. Y nos dice también a todos nosotros que somos sus discípulos: “ustedes son mis amigos porque les he dado a conocer todo mi misterio, les he abierto mi corazón y porque no hay amor más grande que dar la vida por los amigos”.

Frente a este Jesús amigo, también debe surgir una respuesta de amistad. Esa respuesta es la confianza, la fe.

Si prestamos atención a los Evangelios de estos domingos todos insisten en la fe: la samaritana y los samaritanos creyeron en Jesús; el ciego de nacimiento terminó creyendo en Jesús; hoy los judíos, ante la resurrección de Lázaro, también creen en Jesús.

Una fe basada en la palabra de Jesús, como en el caso de la samaritana que reconoce abiertamente: me dijo todo lo que hice.

Una fe basada en la obra de Jesús, como en el caso del ciego que cree a partir del milagro, o como los judíos que creen al ver la resurrección de Lázaro.

Pero, sobre todo, una fe a partir del encuentro personal con Jesús, como se da en Marta que, antes de ver el milagro, manifiesta su fe en Jesús como Salvador, su fe en la resurrección.

La pregunta que podemos llevarnos hoy es ¿cómo anda nuestra fe? ¿Hasta dónde nos compromete? ¿Hasta qué punto nuestra confianza en Jesús marca nuestra vida, nuestras decisiones y nos da una vida nueva?

Con respecto a la fe aparecen dos grupos: los que creen a partir de lo que ven, como los judíos, y el grupo de los amigos de Jesús que son llamados a creer para ver. Jesús le dice a Marta: si crees verás la gloria de Dios.

La mayoría cree a partir de lo que ve o pide ver un milagro para creer, pero los amigos de Jesús, porque lo conocen y confían en Él, creen para poder ver la gloria, es decir para alcanzar la vida plena, la que sólo Jesús puede darnos porque sólo Él puede vencer a la muerte.

A María que fue feliz por haber creído le pedimos que interceda por nosotros para que no nos conformemos con decir soy creyente sino que podamos crecer en el camino de la fe.

Nuestra Señora de Guadalupe, ruega por nosotros.

V° Cuaresma Año A

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