El domingo 12 de julio de 2009 fue bendecido el nuevo cinerario de la Basílica de Guadalupe, ubicado en el patio este de la misma.
No son pocos los que desconocen lo que es un cinerario, algunos olvidan su nombre, otros confunden su denominación o se cuestionan por su presencia en una iglesia.
No es un invento, aunque no es una realidad con mucha tradición ni son muchos los construidos en iglesias de nuestro país. Según los datos que poseemos, el primer cinerario fue construido en la Parroquia de Todos los Santos y Ánimas, en Buenos Aires, en el año 2.003, aunque el año anterior ya se había hablado del tema en la reunión anual de los rectores de Santuarios, como una manera de acompañar las distintas expresiones de la religiosidad popular. Por este motivo, la mayoría de los cinerarios del país se encuentran en los santuarios. Y el de Guadalupe es una confirmación de este hecho.
Se denomina cinerario al lugar destinado a las cenizas de los cuerpos de los difuntos. Por su finalidad, se aconseja que su presentación sea sobria, ni tan insignificante que pase desapercibida, ni tan pomposa que pierda su función de ayudar al recuerdo del difunto y a la meditación que merece el misterio de la muerte.
Las características arquitectónicas del cinerario de Guadalupe, además de la sobriedad que pide este tipo de construcciones y seguir de cerca el modelo exterior de la Basílica, quieren ayudar a mirar la muerte con la esperanza propia del cristiano. Su forma y el mármol que lo recubren quieren recordar la pila bautismal. Los restos de quienes descansarán en Él en su gran mayoría serán creyentes, que en el bautismo han sido incorporados a Cristo muerto y resucitado. El cristiano que muere y vive con Cristo cree que la muerte no es la última palabra para su existencia sino el paso para vivir eternamente con Él. Esta esperanza está fundada en la misma palabra de Jesús que se puede leer en uno de los lados de la construcción: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Jn 11,25-26).
Su forma de octógono recuerda la resurrección de Jesús, acontecida el primer día de la semana u octavo día. El número siete en la Biblia implica plenitud, pero una plenitud no siempre buena. Por eso, nos encontramos en el libro del Génesis con que el faraón sueña con siete vacas gordas y siete vacas flacas, siete espigas grandes y siete espigas pequeñas, como signos de siete años de una gran abundancia y siete años de hambre. El cristianismo ha tomado esta simbología y, así, nos encontramos con siete sacramentos, siete obras de misericordia corporales y siete espirituales, pero también con siete pecados capitales. Por otro lado, el número ocho en la simbología cristiana siempre hace referencia a la perfección. El cristiano que ha ingresado en el octavo día en el bautismo, es decir en la vida plena de Jesús resucitado, a partir de su muerte espera alcanzar la resurrección al final de los tiempos, en el regreso definitivo de Jesús. Esta esperanza está puesta de manifiesto en la tapa del cinerario con una inscripción tomada de una de las últimas expresiones de la Biblia, que encontramos en el libro del Apocalipsis: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,20).
Si bien no se puede negar el dolor de la separación que conlleva toda muerte, la mirada de la fe muestra un nuevo sentido que hace ver la muerte no como la última estación de la vida sino como el paso hacia la vida plena, la vida del octavo día.
La importancia que tienen nuestros seres queridos difuntos, y la importancia concreta de sus cenizas, como última expresión material de lo que fue su cuerpo, que nos remiten a lo que cada persona significó para sus familiares y amigos y a la esperanza en la futura resurrección, hacen que el lugar merezca un respeto especial. De aquí que la tapa del cinerario esté cerrada bajo llave, se abra sólo para el momento en el cual sean depositadas las cenizas y el lugar quede no sólo en un ámbito de recogimiento sino también en un lugar seguro. En los horarios en los cuales la Basílica esté abierta, en este momento de 7.30 a 20.15 hs., se podrá acceder al cinerario, pero durante la noche el lugar permanecerá cerrado por cuestiones de seguridad. El lugar es sagrado y merece ser respetado.
Si bien por el lugar, la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, claramente identificado con la fe, en su gran mayoría serán las cenizas de bautizados las que serán depositadas, el lugar no es sólo para los que la fe hizo hermanos, sino también para todos los que han compartido la misma naturaleza humana, ya que por todos los hombres murió Cristo en la cruz, para que todos tengamos vida en Él (cf. Bendicional 1298). No es un cinerario para católicos, o sólo para cristianos, sino para todos; como la Basílica de Guadalupe, por su historia, su belleza y su valor, es un edificio que nos identifica a todos. Esta característica, por otro lado, permite recuperar un aspecto histórico de la Basílica de Guadalupe, ya que junto a ella, en la actual Plaza del Folklore Padre Edgardo Trucco, se encontraba un antiguo cementerio, que luego fue trasladado para dar lugar al rosedal recordado por los mayores.
En cuanto a los aspectos prácticos, conviene tener presente que el cinerario se abrirá sólo el día 12 de cada mes para que se depositen las cenizas de los difuntos que ya hayan sido inscriptos con anterioridad por sus familiares. Sólo se arrojarán las cenizas, pero no las urnas. Dicho rito se realizará en el contexto de una celebración en la que se rezará por los difuntos, dejados en ese momento, y se buscará ayudar a los familiares para que la esperanza en la resurrección les permita encontrar luz y paz en ese momento con el que culmina la despedida del ser querido. Además, todos los 12, día en el que en la Basílica se honra de una manera especial a la Virgen de Guadalupe, la misa se ofrecerá por todos los difuntos que esperan la resurrección en el cinerario.
Como la estructura del cinerario no tiene prevista la colocación de placas recordatorias – y sería muy difícil encontrar un lugar que pudiera recibir una gran cantidad de las mismas - a fin de guardar un registro se llevará un libro en el que se anotará el nombre y apellido del difunto, fecha del fallecimiento (certificada a través de una fotocopia del acta de defunción), fecha en la que fue depositado y firma y aclaración de la persona responsable del pedido. Quienes quieran podrán adquirir un certificado, que les servirá como constancia del depósito de las cenizas en el cinerario de la Basílica.
Una última aclaración con respecto a la cremación no viene mal, ya que todavía existe en no pocas personas el pensamiento de que la cremación es algo prohibido por la Iglesia. Esta prohibición existió en la modernidad, salvo casos de peste o fuerza mayor, cuando algunos grupos ilustrados no sólo eran partidarios de la cremación sino que, mediante la misma, manifestaban su oposición a la fe en la resurrección de la carne. En ese caso, la Iglesia no concedía la sepultura eclesiástica a quienes habían solicitado la cremación por su oposición a la fe en la resurrección. Era contradictorio pedir en las oraciones del rito de sepultura la resurrección para una persona que la había negado durante su vida. Pero esa prohibición fue levantada por la Congregación para la doctrina de la fe en 1963 y también en el canon 1176 del nuevo Código de Derecho Canónico de 1983. En el Ritual de las Exequias, que utiliza la Iglesia para realizar la sepultura de los difuntos, puede leerse: “Se puede conceder las exequias cristianas a quienes han elegido la cremación de su propio cuerpo, a no ser que conste que fue elegida por motivos contrarios al sentido cristiano de la vida”.
No existen problemas con respecto a la cremación en sí misma, sino con el motivo por el que se hace. La gran concentración urbana, motivos económicos y ciertas modificaciones culturales en torno a la sepultura de los muertos han hecho que en muchos lugares, especialmente en las grandes ciudades, muchas personas pidan la cremación. En estos casos no existe ningún tipo de problemas con esta práctica cada vez más extendida; y los distintos cinerarios, como el que se inaugurará en Guadalupe, tienden a ofrecer un lugar digno para las cenizas de nuestros recordados y queridos difuntos.
P. Olidio José Panigo