El piso exterior de la Basílica
El exterior de un edificio nos predispone de una determinada manera para ingresar. De hecho, es distinto el exterior de una escuela al de un hospital, una cárcel, un estadio o una iglesia. La arquitectura nos ubica no sólo frente a una construcción sino frente a una realidad que nos habla de educación, salud o enfermedad, privación de la libertad, deporte, fe.
Por eso, el exterior de una iglesia, en este caso de la Basílica, no sólo debe ser bello sino que también debe ayudarnos a introducirnos en un ámbito de fe. El camino hacia el templo es una peregrinación que nos prepara para el encuentro con el Señor y con nuestros hermanos. El ingreso nos ayuda o dificulta ese encuentro, facilita o complica la llegada a ese lugar que nos habla de Dios y de una comunidad de fe.
Una de las metas buscadas en los trabajos del frente de la Basílica fue el liberar lo más posible la vista y el acceso al templo. No es sólo una cuestión estética, es también una cuestión religiosa: facilitar el encuentro con Dios, quitar todo lo que pueda ser un obstáculo para acceder hasta Señor y despejar la presencia y la obra de Dios de todo lo que pueda distraer la atención.
Dios quiere encontrarse con todos, y cada uno de los detalles de un templo debería colaborar para que todos puedan acercarse a Él. La presencia de las rampas y barandas quiere ayudar a ese encuentro a quienes tienen dificultades motrices. También en nuestra vida espiritual necesitamos rampas que nos permitan recorrer las cuestas hacia arriba, que se presentan en nuestro camino de fe. Hay momentos en los que podemos subir con mayor rapidez, a través de los escalones, pero hay otros en los que necesitamos más tiempo para hacerlo. Es importante que cada uno sepa reconocer su situación, y si está para subir escalones o para utilizar la rampa. En definitiva, los dos llegarán a la misma altura, aunque por caminos y tiempos distintos.
En el centro de la explanada nos encontramos con una cruz blanca, que tiene como trasfondo una cruz negra. La cruz negra es signo de la realidad con la cual llegan muchos peregrinos hasta la casa de Nuestra Madre: una enfermedad, la falta de trabajo, la pérdida de un ser querido, un problema familiar… y tantas situaciones oscuras que marcan la vida de muchos que se acercan hasta este lugar de gracia.
Esa cruz es transformada en una cruz iluminada cuando se pone en la presencia de Dios y en el regazo de nuestra Madre. No deja de ser una cruz que marca nuestra vida. Algunas veces será una cruz que desaparece y el recordarla como algo superado nos permitirá verla desde la luz de la nueva realidad. Por eso, ya no será una cruz oscura sino una cruz blanca. Otras veces la cruz no desaparecerá, seguirá estando presente, pero el solo hecho de descubrir que Dios y nuestra Madre nos acompañan arrojará una luz nueva. También en este caso se transformará el sentido de la cruz. La luz que ilumina viene desde la Basílica, lugar de la presencia de Dios y de nuestra Madre de Guadalupe.
Dice un refrán: “Dios escribe derecho en renglones torcidos”. Parafraseando ese refrán, podríamos decir que “Dios escribe derecho en caminos curvos”. Así nos encontramos, a cada lado de la cruz, con dos caminos curvos que conducen desde la calle hacia la Basílica y que simbolizan el camino de los peregrinos. El hombre muchas veces preferiría caminos derechos, más claros y fáciles de recorrer. La realidad nos habla de muchos caminos con curvas, provocadas por dificultades personales o comunitarias, también por la presencia del pecado. Sin embargo, no hay ningún camino, por torcido que sea, que no pueda recorrer con Dios y que lleve a un mayor encuentro con Él.
Los caminos están marcados por franjas blancas que simbolizan la luz de la fe que guía a los peregrinos, cuando se acercan para encontrarse con el amor de Dios y de María. Ese camino iluminado nos indica que quienes vienen a la casa de nuestra Madre no son turistas guiados por la curiosidad sino peregrinos guiados por la fe y el amor, no son vagabundos cuyos pasos no tienen un destino determinado sino peregrinos que tienen una meta bien definida. Las franjas blancas simbolizan también que quien se ha encontrado con Dios se convierte en luz para los demás, al regresar a su vida cotidiana.
Los caminos y la cruz están enmarcados por unas líneas que dan la idea de un pergamino. Es el pergamino que tiene escrita la vida de cada uno de los peregrinos, con sus cruces y sus caminos, con sus luces y sombras, que quieren presentar a Dios y la Virgen, ya sea como petición o como agradecimiento.
En ese acercarse a Dios o en el regreso a la vida cotidiana nos guía su Palabra. Así como necesitamos luces y señalizaciones que nos ayudan a reconocer el camino, la Palabra de Dios es la luz que ilumina nuestros ojos para que encontremos la senda a seguir como hijos de Dios, como hermanos en la fe. Esto ha llevado a colocar placas con textos, la mayoría tomados de la Biblia, que quieren ser esa luz y esas señales que nos guían en nuestro camino. No son citas que leemos sentados sino en el camino, porque no son palabras para aprender o para saberlas de memoria sino para encarnarlas en nuestro caminar de cada día. Textos que quieren ayudarnos no sólo a recorrer ese camino sino a recorrerlo con Jesús, con María, con alegría y con esperanza.
En el frente de la Basílica nos encontramos con 15 citas, referidas a Jesús y su enseñanza. El número 15 no ha sido tomado al azar sino que también tiene su sentido: en la Biblia los múltiplos del número 7 si le sumamos 1 implican perfección. Así nos encontramos con la resurrección el octavo día, los cincuenta días de Pentecostés vienen del multiplicar 7 por 7 y sumarle 1. El número 15 viene del sumar 7 más 7 más 1. Como las citas se refieren a Jesús y su enseñanza, el número 15 simboliza su perfección. He aquí los textos:
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Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
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Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
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Felices los afligidos, porque serán consolados.
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Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
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Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
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Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
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Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
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Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
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Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí.
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Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
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Ámense los unos a los otros, como yo los he amado.
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Yo los llamo amigos porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.
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Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando.
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Yo soy la luz del mundo.
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El que me sigue no andará en tinieblas sino que tendrá la luz de la Vida.
En el lado oeste habrá 12 citas referidas a María, por ser el lugar en el que los peregrinos ingresan para ir al camarín los días de la fiesta. También en este caso su cantidad tiene un sentido simbólico: son 12 ya que este número implica al Pueblo de Dios (12 tribus de Israel, 12 apóstoles de Jesús como fundamentos del nuevo Pueblo de Dios) y María es la Madre y el modelo para todo el Pueblo de Dios. Este símbolo también lo encontramos en Apocalipsis 12,1, donde la Mujer aparece revestida del sol (símbolo de Dios) con la luna bajo sus pies (como símbolo de que está más allá del tiempo, ya que el calendario no era solar sino lunar) y con una corona de doce estrellas sobre su cabeza. Esta Mujer del Apocalipsis simboliza tanto al Pueblo de Dios como a María. Si miramos su imagen en el Camarín nos encontramos con sus rayos que quieren mostrar que está revestida del sol, con la luna debajo de sus pies y la corona tiene doce estrellas.
En este caso, los textos están tomados de la Biblia y del Nican Mopohua, que es el relato más antiguo de las apariciones de la Virgen de Guadalupe a san Juan Diego en México, y son los siguientes:
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Hagan todo lo que Él les diga.
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Aquí tienes a tu madre.
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Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.
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Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor.
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¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!
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Mi alma canta la grandeza del Señor.
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Mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador.
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El Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas.
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Yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive.
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No se turbe tu corazón, no te inquiete cosa alguna.
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No temas la enfermedad, ni los acontecimientos penosos, ni el dolor.
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Hijo mío, ¿no estoy yo aquí que soy tu Madre?
En el lado este, donde se encuentra el cinerario, aparecen 8 textos de la Palabra de Dios. El número 8 surge del sumar 7 más 1 y, como ya lo hemos dicho, simboliza perfección. La resurrección de Jesús fue el primer día de la semana, es decir el octavo día. Este número, también presente en la forma octogonal del cinerario, nos recuerda que quienes descansan en ese lugar no sólo han terminado su peregrinación por este mundo sino que esperan participar de la resurrección de Jesús. Aquí están reunidos los textos para que también podamos meditarlos en nuestra vida:
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Yo soy la Resurrección y la Vida.
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El que cree en mí, aunque muera, vivirá.
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Todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás.
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El que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.
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El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna.
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El que coma de este pan vivirá eternamente.
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Aquél que resucitó al Señor Jesús nos resucitará con Él.
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Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él.
Estos signos y textos tienen como finalidad ayudar a un encuentro vivo y renovador con nuestra Madre de Guadalupe y con el Señor que hizo maravillas en Ella. Son signos al servicio de los peregrinos, para que cada uno se convierta en instrumento que ayude al encuentro de familiares, amigos, vecinos… con Dios.
P. Olidio José Panigo
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